La celebración, en que además dicha capilla cumplió su 29 aniversario, se realizó con el silencio y la solemnidad propia de la Adoración al Señor Eucaristía, con el canto de tres coros: San José de la sede parroquial, Rocío de Dios de la capilla San Ignacio de Loyola y San Alberto Hurtado de la comunidad homologa, que acompañaron bellamente por una hora y media este espacio que guió el párroco, padre Juan Francisco Jofré.

Al término de este encuentro con el Señor Sacramentado, hubo un momento para agradecer y reconocer la disponibilidad y la preparación de los coros para dicho espacio de recogimiento vivido, y el presbítero entregó un diploma por la participación a representantes de cada uno de ellos, a quienes la asamblea aplaudió como signo de agradecimiento.

Prontamente se inició la Santa Misa en la cual se dio gracias a Dios por el paso del padre Alberto Hurtado en el país, quien también ha inspirado la vida eclesial, y a tantas personas para hacer el bien, dijo el padre Juan Francisco al comenzar la celebración eucarística.

En tanto que, en su homilía destacó el signo de solidaridad y la espiritualidad del Santo Patrono, y resaltó el amor del padre Hurtado por la Eucaristía, “todos los días a las 6 de la mañana celebraba la Misa, y todos los días se postraba ante el Santísimo Sacramento”. También hizo memoria del método ignaciano que ocupaba; “tenía una libreta donde anotaba todos los días los pecados capitales, y eso lo llevó a la oración en la vida cotidiana”.

San Alberto fue un hombre que descubrió el amor de Dios por él, “eso pasa con un santo, y en ese descubrimiento su corazón se abre y entonces el Señor empieza a obrar en el corazón humano, y comienza esta dinámica con el Señor en medio de la oración”, añadió el padre Juan Francisco.

“Vivió una vida corta, Dios se lo llevó joven, pero fue capaz de producir un gran cambio en la sociedad, en que esas personas que vivían bajo los puentes, ya no fueron mirados como ciudadanos de segunda clase, sino como hijos de Dios”, agregó.

Explicó el padre Juan Francisco que cada persona tiene una historia, “con cosas buenas y otras que son feas y que no queremos que nadie las sepa, pero Dios sí que me conoce, y aun así me ama. No importa mi pasado si estoy arrepentido, porque el Señor me amará y me llevará a su hogar, me sentará a la mesa, me dará de comer y Él vivirá conmigo”.

Resaltó sin embargo que “primero uno tiene que querer. Uno tiene que desear que el Señor limpie su vida, que la transforme, que sane las heridas, para ser una persona con un corazón capaz de amar a todos, para que nadie quede fuera de la mesa a la cual yo también fui invitado”.

“Que Dios motive nuestro corazón en esta fiesta tan hermosa que tenemos, para que siempre tengamos un corazón dispuesto a amar a los demás, para poder vivir con el ejemplo de Dios que siempre nos ama”, finalizó su mensaje el párroco de la parroquia San José.

Después de la celebración eucarística, la comunidad disfrutó y vivió un momento de fraternidad en torno a la mesa del compartir.